lunes, 24 de enero de 2011

Cartas literarias a una mujer. (Gustavo Adolfo Bécquer).


CARTA PRIMERA
En una ocasión me preguntaste:
-¿Qué es la poesía?
¿Te acuerdas? No sé a qué propósito había yo hablado algunos momentos antes
de mi pasión por ella.
-¿Qué es la poesía? - me dijiste.
Yo, que no soy muy fuerte en esto de las definiciones te respondí titubeando:
- La poesía es..., es...
Sin concluir la frase, buscaba inútilmente en mi memoria un término de
comparación, que no acertaba a encontrar.
Tú habías adelantado un poco la cabeza para escuchar mejor mis palabras; los
negros rizos de tus cabellos, esos cabellos que tan bien sabes dejar a su antojo
sombrear tu frente, con un abandono tan artístico, pendían de tu sien y bajaban
rozando tu mejilla hasta descansar en tu seno; en tus pupilas húmedas y azules
como el cielo de la noche brillaba un punto de luz, y tus labios se entreabrían
ligeramente al impulso de una respiración perfumada y suave.
Mis ojos, que, a efecto sin duda de la turbación que experimentaba, habían
errado un instante sin fijarse en ningún sitio, se volvieron entonces
instintivamente hacia los tuyos, y exclamé, al fin:
-¡La poesía..., la poesía eres tú!
¿Te acuerdas? Yo aún tengo presente el gracioso ceño de curiosidad burlada, el
acento mezclado de pasión y amargura con que me dijiste:
-¿Crees que mi pregunta sólo es hija de una vana curiosidad de mujer? Te
equivocas. Yo deseo saber lo que es la poesía, porque deseo pensar lo que tú
piensas, hablar de lo que tú hablas, sentir con lo que tú sientes; penetrar, por
último, en ese misterioso santuario en donde a veces se refugia tu alma y cuyo
umbral no puede traspasar la mía.
Cuando llegaba a este punto se interrumpió nuestro diálogo. Ya sabes por qué.
Algunos días han transcurrido. Ni tú ni yo lo hemos vuelto a renovar, y, sin
embargo, por mi parte no he dejado de pensar en él. Tú creíste, sin duda, que la
frase con que contesté a tu extraña interrogación equivalía a una evasiva galante.
¿Por qué no hablar con franqueza? En aquel momento di aquella definición
porque la sentí, sin saber siquiera si decía un disparate. Después lo he pensado
mejor, y no dudo al repetirlo; la poesía eres tú. ¿Te sonríes? Tanto peor para los
dos.
Tu incredulidad nos va a costar: a ti, el trabajo de leer un libro, y a mí, el de
componerlo.
¡Un libro! - exclamas, palideciendo y dejando escapar de tus manos esta carta -.
No te asustes. Tú lo sabes bien: un libro mío no puede ser muy largo. Erudito,
sospecho que tampoco. Insulso, tal vez; mas para ti, escribiéndolo yo, presumo
que no lo será, y para ti lo escribo.
Sobre la poesía no ha dicha nada casi ningún poeta; pero, en cambio, hay
bastante papel emborronado por muchos que no lo son.
El que la siente se apodera de una idea, la envuelve en una forma, la arroja en el
estudio del saber, y pasa. Los críticos se lanzan entonces sobre esa forma, la
examinan, la disecan y creen haberla entendido cuando han hecho su análisis.
La disección podrá revelar el mecanismo del cuerpo humano; pero los
fenómenos del alma, el secreto de la vida, ¿cómo se estudian en un cadáver?
No obstante, sobre la poesía se han dado reglas, se han atestado infinidad de
volúmenes, se enseña en las universidades, se discute en los círculos literarios y
se explica en los ateneos.
No te extrañes. Un sabio alemán ha tenido la humorada de reducir a notas y
encerrar en las cinco líneas de una pauta el misterioso lenguaje de los
ruiseñores. Yo, si he de decir la verdad, todavía ignoro qué es lo que voy a
hacer; así es que no puedo anunciártelo anticipadamente.
Sólo te diré, para tranquilizarte, que no te inundaré en ese diluvio de términos
que pudiéramos llamar facultativos, ni te citaré autores que no conozco, ni
sentencias en idiomas que ninguno de los dos entendemos.
Antes de ahora te lo he dicho. Yo nada sé, nada he estudiado; he leído un poco,
he sentido bastante y he pensado mucho, aunque no acertaré a decir si bien o
mal. Como sólo de lo que he sentido y he pensado he de hablarte, te bastará
sentir y pensar para comprenderme.
Herejías históricas, filosóficas y literarias, presiento que voy a decirte muchas.
No importa. Yo no pretendo enseñar a nadie, ni erigirme en autoridad, ni hacer
que mi libro se me declare de texto.
Quiero hablarte un poco de literatura, siquiera no sea más que por satisfacer un
capricho tuyo, quiero decirte lo que sé de una manera intuitiva, comunicarte mi
opinión y tener al menos el gusto de saber que, si nos equivocamos, nos
equivocamos los dos; lo cual, dicho sea de paso, para nosotros equivale a
acertar.
La poesía eres tú, te he dicho, porque la poesía es el sentimiento, y el
sentimiento es la mujer.
La poesía eres tú, porque esa vaga aspiración a lo bello que la caracteriza, y que
es una facultad de la inteligencia en el hombre, en ti pudiera decirse que es un
instinto.
La poesía eres tú, porque el sentimiento, que en nosotros es un fenómeno
accidental y pasa como una ráfaga de aire, se halla tan íntimamente unido a tu
organización especial que constituye una parte de ti misma.
Ultimamente la poesía eres tú, porque tú eres el foco de donde parten sus rayos.
El genio verdadero tiene algunos atributos extraordinarios, que Balzac llama
femeninos, y que, efectivamente, lo son. En la escala de la inteligencia del poeta
hay notas que pertenecen a la de la mujer, y éstas son las que expresan la
ternura, la pasión y el sentimiento. Yo no sé por qué los poetas y las mujeres no
se entienden mejor entre sí. Su manera de sentir tiene tantos puntos de
contacto... Quizá por eso... Pero dejemos digresiones y volvamos al asunto.
Decíamos ¡Ah, sí, hablábamos de la poesía!
La poesía es en el hombre una cualidad puramente del espíritu; reside en su
alma, vive con la vida incorpórea de la idea, y para revelarla necesita darle una
forma. Por eso la escribe. En la mujer, sin embargo, la poesía está como
encarnada en su ser; su aspiración, sus presentimientos, sus pasiones y Destino
son poesía: vive, respira, se mueve en una indefinible atmósfera de idealismo
que se desprende de ella, como un fluido luminoso y magnético; es, en una
palabra, el verbo poético hecho carne.
Sin embargo, a la mujer se la acusa vulgarmente de prosaísmo. No es extraño;
en la mujer es poesía casi todo lo que piensa, pero muy poco de lo que habla. La
razón, yo la adivino, y tú la sabes. Quizá cuanto te he dicho lo habrás
encontrado confuso y vago. Tampoco debe maravillarte. La poesía es al saber de
la Humanidad lo que el amor a las otras pasiones. El amor es un misterio. Todo
en él son fenómenos a cual más inexplicable; todo en él es ilógico, todo en él es
vaguedad y absurdo.
La ambición, la envidia, la avaricia, todas las demás pasiones, tienen su
explicación y aun su objeto, menos la que fecundiza el sentimiento y lo
alimenta.
Yo, sin embargo, la comprendo; la comprendo por medio de una revelación
intensa, confusa e inexplicable.
Deja esta carta, cierra tus ojos al mundo exterior que te rodea, vuélvelos a tu
alma, presta atención a los confusos rumores que se elevan de ella, y acaso la
comprenderás como yo.