martes, 15 de marzo de 2011

Los sueños son humo.

Me quedo mirando fijamente el humo del cigarrillo y no puedo evitar comprobar lo parecido que es a los sueños, que como el humo, desaparecen disipados en el aire, dejándonos tan sólo un poco de sabor en la boca y la necesidad de darle otra calada al cigarro hasta terminal con él.
“Los sueños son humo y como humo en el aire quedan”.
Si existiera una forma de medir el volumen, el peso, el espacio que ocupan mis sueños no hechos realidad, os puedo asegurar que no habría camión donde transportarlos, baúl donde guardarlos ni puto infierno donde quemarlos.
Y lo más gracioso de todo esto, es que la gente se suele preguntar y preocupar por… ¿Dónde coño van los besos que no damos?, si no los damos… donde van a ir. Pero con nuestros sueños, la cosa es totalmente distinta, diferente, nada que ver con el tema de los besos, ellos si han tenido vida, si alimentaron nuestra esperanza, nuestra alegría, nuestra pena, nos dieron la vida y en un instante no la quitaron. Y yo si que ahora, llegados a este punto, os pregunto… ¿Dónde van los sueños que no se cumplen?, por alguno de ellos estoy seguro que más de uno y de una, habrían vendido su alma al mismísimo Diablo, me contaría entre ellos, si no fuese porque la mía ya la vendí hace tiempo.
No se vosotros, pero yo seguiré soñando, para poder seguir tirando del carro y jodiéndome por no verlos cumplidos.
No importa... ahora ya no importa.

Manuel Henestrosa de Antillón.






Hace calor...

Hace calor. Estoy inquieto, ansioso.

Me pregunto dónde está el cielo.

Me levanto de la cama y me acerco a la ventana. La abro. El aire fresco de la noche entra con suavidad en mi habitación. Me quito la camiseta. Noto pequeñas gotas de sudor brotando sobre mi espalda. Me meto otra vez bajo las sábanas, arrebujándome bien entre la almohada y la ropa, en la parte más fría de la cama. Mi piel se eriza levemente al contacto con la tela. Solo los calzoncillos evitan mi total desnudez.

Pienso en ti. Te dibujo en el aire con mis dedos. Traigo a mi memoria tus ojos expresivos y tu pelo cayendo de forma implacablemente hermosa sobre el cuello. A veces pienso que eres demasiado hermosa para ser auténtica. Simplemente, eres un ser imposible.

A veces te miro y pareces inalcanzable, como un sueño. Después, me besas y sonríes, como si fuese un niño que se protege bajo tu falda. Tus pequeños defectos son mi salvación diaria, y sabes que los pecados en los que caemos juntos hacen de nuestro mundo un paraíso.

Tu suavidad me abruma. Tú me abrumas, con tu risa y tu rotunda sencillez. Tu silueta se dibuja poco a poco en mi imaginación. La espalda empieza a cubrirse de sudor, y el mismo aire que mueve las cortinas me abraza y hace estremecer. Imagino que eres tú, que son tus manos cálidas las que me recorren la piel.

Tus ojos pueden conmigo. Lo sabes, y juegas con la mirada, sonríes con ella, besas con ella. Entre la oscuridad de mi cuarto tu silueta sinuosa se ilumina. Sé que te sueño, que eres tan solo un producto de mi imaginación, de mi necesidad. Aún así, me hace feliz tenerte aquí, conmigo.

Sssh, sssh... tu ropa acaricia las curvas de tu cuerpo mientras cae al suelo. Clip-clip, el broche de tu sujetador libera tus pechos, caen tus braguitas... siento tu desnudez cálida y dulce, hermosa niña.

Las sábanas te reciben con entusiasmo y cubren tu cuerpo moreno Su calor inunda mi mundo. No veo nada de ti en esta oscuridad, solo te siento. Siento tu cuerpo, tus pechos invencibles al alcance de mis manos, siento tu mirada fija en mí, siento tu cariño, los besos que me darás, siento tu lengua generosa, tus muslos acogedores, siento tu vientre... el hogar a cuya lumbre deseo calentar mi castigado y pequeño cuerpo.

Me tocas... o tal vez soy yo quien te toca, no lo sé. Tus pechos caen sobre mi brazo derecho y llenan de ternura mi alma. Las puntas de tu pelo me hacen cosquillas en la nariz y la boca. Sé que lo necesitas tanto como yo. Por eso estás aquí.

Arrastro mi sed hasta ti, necesito beberte. Eres mi oasis. Te acaricio con furia, con auténtico frenesí. Mis dedos recuerdan al fin el calor de unos pezones, bajan hasta tu gracioso ombligo, y se detienen ahí, como si nunca fuesen a abandonarte. Recorro tus caderas anchas y tiernas, pálidas como la luna de verano. Tú aplacas tu sed de mí leyendo con tus manos el libro que se esconde bajo mis calzoncillos...


     (Tras los puntos, entramos en material clasificado)

Manuel Henestrosa de Antillón.