miércoles, 5 de enero de 2011

Acércate.

Acércate, ven a mi, alma cruel y sorda,
Tigre adorado, monstruo de aspecto indolente;
Mucho tiempo quisiera hundir mis dedos nerviosos
En lo más denso de tu cabellera espesa;
Y en tus vestidos que tu perfume impregna
Sumir mi cabeza entristecida, y
Ahí respirar, tal una flor ajada,
El suave olor de mi amor difunto.
¡Dormir ansío! ¡Dormir, más que vivir!,
Y en sueño tan dulce como la muerte misma
Sin remordimiento iré dejando besos por
Tu cuerpo hermoso y como el cobre, pulido.
Para recoger mis apaciguados sollozos
Nada iguala el abismo de tu lecho;
El intenso olvidar en tu boca anida,
Y el río Leteo fluye en tus besos.
A mi destino, ya desde ahora mi dicha,
Le obedeceré cual un ser predestinado;
Mártir dócil, inocente condenado,
Con fervor que el suplicio aviva,
Y para mi rencor acallar chuparé
Lo mismo el nepente que la buena cicuta
En tu fina y encantadora garganta
Que jamás alojó corazón alguno.
                   Charles Baudelaire (Las flores del mal).

   














Foto: Manuel Henestrosa

Del libro: Donde el corazón te lleve.

Hace tiempo leí en un periódico que, según las últimas teorías, el amor no nace del corazón, sino de la nariz. Cuando dos personas se encuentran y se gustan empiezan a enviarse unas pequeñas hormonas cuyo nombre no recuerdo; esas hormonas entran por la nariz para subir hasta el cerebro y allí, en algún secreto meandro, desatan la tempestad del amor. En otras palabras, concluía el artículo, los sentimientos no son otra cosa que invisibles hedores. ¡Que tontería  tan absurda! Quien  ha experimentado el amor verdadero en su existencia, el amor grande y sin palabras, sabe que esta clase de afirmaciones no son otra cosa que el enésimo golpe bajo para enviar hacia el exilio al corazón. Ciertamente, el olor de la persona amada provoca grandes turbaciones. Pero para provocarlas antes tiene que haber habido otra cosa, alguna cosa que, estoy seguro, es muy distinto de un sencillo hedor.

               (Susanna Tamaro).
                                          Foto: Manuel Henestrosa.